Dijo que nosotros, como hombres comunes y corrientes, no sabemos que
algo real y funcional, nuestro vínculo con el intento, es lo que nos
produce nuestra preocupación ancestral acerca de nuestro destino. Aseguró que,
durante nuestra vida activa, nunca tenemos la oportunidad de ir más allá del
nivel de la mera preocupación, ya que desde tiempos inmemoriales, el arrullo
de la vida cotidiana nos adormece. No es sino hasta el momento de estar al
borde de la muerte que nuestra preocupación ancestral acerca de nuestro
destino cobra un diferente cariz. Comienza a presionarnos para que veamos a
través de la niebla de la vida diaria. Pero por desgracia, este despertar
siempre viene de la mano con la pérdida de energía provocada por la vejez. Y no
nos queda fuerza suficiente para transformar nuestra preocupación en un
descubrimiento positivo y pragmático. A esa altura, todo lo que nos queda es
una angustia indefinida y penetrante; un anhelo de algo incomprensible; y una
comprensible rabia , por haber perdido todo.
- El Conocimiento Silencioso, pág.76