“Así mataban a los changos en el pueblo donde crecí: hacían un hoyo en unas trampas de cemento, y les metían nueces adentro. Los hoyos eran justo lo suficientemente grandes como para que los monos metieran las manos, pero no tanto como para que pudieran sacar el puño. Yo mismo lo vi: a la mañana siguiente encontrabas a los changos con sus manos todas ensangrentadas. A veces conseguían sacarlas, fracturándose, pero nunca eran capaces de abrirlas para dejar las nueces. Igualito somos nosotros: no nos atrevemos a dejar ir esta nadería que vemos, hecha de idealizaciones pinches, y preferimos quedarnos agarrados a ellas, aunque nos lleven directo a la tumba, como a los changos."–CC (28-III-97)
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